Vivir hoy en día
De chico, uno es libre. Libre en todo aspecto. Baila, canta, corre, actúa, dice, siente y ríe sin importarle lo que los demás piensen. Uno simplemente… es.
A medida que crecemos, nos adaptamos a la sociedad en la que vivimos y, en algunos casos, llegamos a sobre-adaptarnos. Es decir, nos convertimos en títeres de los demás, viéndonos como los otros nos ven, como nos califican y clasifican, sin darnos la oportunidad de crear nuestra propia identidad.
Es difícil notar cuándo hemos caído en esta sobre-adaptación, cuándo vivimos para el "deber ser" y no para el "querer ser". Es complicado dejar de mirar con los lentes de los demás y empezar a ver con los propios. Pero, quizás, más difícil aún sea cambiarlo una vez que lo hemos hecho consciente. Tal vez difícil no sea la palabra correcta, sino doloroso. Duele, nos hace llorar, cuestionarnos, juzgarnos, juzgar a quienes nos rodean. Nos hace sufrir. Y a veces, mucho.
Convengamos que todo cambio conlleva dolor: emocional, físico, estrés, preguntas y pocas respuestas, que generalmente son confusas. Por eso, es importante preguntarnos si realmente queremos ese cambio, porque aunque traiga consigo momentos difíciles, sabemos que al final dará un fruto valioso.
Es simplemente… animarse.
Las generaciones de hoy sufrimos el peso del "no quiero que sufras lo mismo que yo", una frase que muchos padres repiten al criar a sus hijos. Esto, aunque tenga aspectos positivos, como una mayor libertad y aceptación, también trae consigo muchas exigencias implícitas. La idea de que "no pasemos por lo mismo" nos empuja a ser distintos, pero a la vez iguales a ellos. Irónico, ¿no?
Nos criaron con todo a nuestro alcance, pero con mil y una exigencias para "no sufrir lo mismo". Nos pidieron ser perfectos, sobre-adaptados, exitosos en todo, no demasiado sensibles, trabajadores, independientes, fuertes… y así, cada vez nos alejamos más de nuestra esencia. Nos hemos puesto tantas máscaras que ya no sabemos quiénes somos.
Esta desconexión con lo más profundo de nuestro ser también se relaciona con el impacto de la tecnología y las redes sociales—tema del que hablaré en otro momento.
¿Cómo llegamos a nuestra verdadera esencia si nos comparamos constantemente?
Si solo nos vemos a través de la proyección de los demás y no nos conocemos a nosotros mismos.
¿Cómo logro quererme siendo diferente del resto?
Ser distinto implica no encajar, y no encajar significa estar fuera del estereotipo que la sociedad impone.
Es difícil diferenciarse y, al mismo tiempo, sentirse bien con uno mismo. Nos exigimos tanto que enfermamos. Reprimimos lo que sentimos y nuestra mente y cuerpo terminan manifestándolo de alguna manera. Las enfermedades somáticas son un claro reflejo de esto.
Por eso, tenemos que aprender a conectarnos con nuestras emociones, expresarlas, abrazar nuestra individualidad, conocernos y querernos tal como somos. Solo así encontraremos personas que nos acepten por nuestra esencia y no por una máscara que tarde o temprano se caerá.
Si debemos fingir para encajar, lo único que encontraremos será a alguien que ame nuestra fachada, pero no nuestra verdad. Y sostener una identidad falsa solo nos traerá dolor, angustia, culpa y tristeza.
La clave está en ser quienes realmente somos. Sin máscaras. Sin miedos. Sin filtros.
- Reflexiones de un chico, 15 años. 1998.
Comentarios
Publicar un comentario