Un anuncio en la televisión

Cada vez que sonaba el timbre de entrada al Liceo Miranda y los estudiantes se congregaban en la puerta aplaudiendo y protestando contra las autoridades y el gobierno, Manuel Pereira, el director del liceo (también profesor de matemática y autor del libro de dicha materia), salía a las escalinatas, miraba a todos sin emitir una palabra, se daba media vuelta y, de inmediato, con su sola presencia, comenzaba la actividad académica normal.

Las banderas de Cuba, del Che y de Vietnam del Norte cubrían las fachadas de los liceos y las universidades. Así fue como la acción de la militancia estudiantil pasó a ocupar el centro de la atención pública, decía Bucheli en La Diaria 50 años después.

"¿Qué significa ser uruguayo? ¿Qué futuro quiere la sociedad, el barrio, la familia?" Fue una de las preguntas que dio lugar a diferentes miradas y opiniones en un momento donde la crisis social, política y económica florecía.

—En 1969, Uruguay vivía un período de disturbios, paros, huelgas, ocupaciones de fábricas y una gran inestabilidad social. Los estudiantes de los liceos se manifestaban por la Avenida 18 de Julio, tomaban los centros educativos: sacaban a todos de adentro, cerraban las puertas y se quedaban ahí. Estaban convencidos de que había que protestar por el aumento del boleto y por los derechos de los estudiantes, idealizando la revolución cubana, a Fidel Castro y a Marx.

Muchos de mis compañeros se adherían a los paros: algunos lo hacían por seguir sus ideales, otros para no tener clases. Yo no me uní a estos grupos porque no me atraía hablar de Cuba, de Rusia o pensar en una revolución. No entendía cómo la influencia externa podía afectar positivamente la organización y la situación política del país.

Transcurrió un año académico bastante alborotado y, en agosto del 69, el Liceo Miranda, como todos los liceos del país, cerró sus puertas. El gobierno suspendió las clases sin aviso alguno de cuándo se retomarían.

"¿Y ahora qué hago?"
"¿Dónde estudio?"
"¿Qué pasa de acá en adelante?"

—cuenta José con la mirada fija en el horizonte, trasladándose en el tiempo.

Cuatro años más tarde, un golpe de Estado cívico-militar cambiaría para siempre la historia uruguaya.


La imagen fija de un avión despegando era el fondo de un cartel que decía:

"Escuela Militar Aeronáutica (EMA) llama a inscripciones para ingreso de postulantes. Presentarse en el Comando Militar, Ruta 101, KM 31.500. Inscripciones hasta el 1º de diciembre."

Sentado en una silla del estar, dejando pasar su vasto tiempo de ocio, José escuchó la voz grave de un hombre que salía a través de la pantalla del televisor promocionando la inscripción a la EMA.

Sus ojos reflejaban asombro e incertidumbre. Su madre no entendía de qué le hablaba su hijo cuando manifestó su deseo de anotarse en la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU). Las Fuerzas Armadas, en especial esta, eran un terreno desconocido tanto para él como para toda su familia: no había ningún primo ni tío militar, tampoco policía.

"¿Cómo era eso de subirse a un avión? ¿Qué significaba ser militar en un momento donde el país sufría una gran crisis?"

La familia se tomó esta aventura con total naturalidad y sin cuestionamiento alguno.


El 7E1 de COPSA salía de la terminal de Arenal Grande y Dante. Una hora demoraba el ómnibus en llegar hasta el Comando del destacamento.

Ese día, José fue a averiguar los pasos para anotarse a los exámenes de ingreso.

—¿Usted qué viene a hacer? —le dijo el sargento Nicola, desde su oficina.

—Me quiero anotar en la FAU —respondió José.

—¿Qué estudios tiene?

—Terminé el liceo y estoy cursando Preparatorio de Medicina.

—Aquí se anotan los que aspiran a ser técnicos o mecánicos de la FAU.

Él quería ser piloto.


Con varios folletos en mano, comenzó a buscar la información necesaria para inscribirse en la Jefatura de Estudios de la EMA. A estas alturas, y gracias a la ayuda del sargento, ya distinguía lo que era la EMA y la FAU.

Examen médico, examen de educación física, matemática, literatura e idioma español, referencias… Una larga y compleja lista de requisitos debía completar para alcanzar lo que, ya a esa altura, era su sueño.

Para el examen de educación física debía, entre otras cosas, trepar una cuerda de tres metros hasta tocar el techo del hangar que funcionaba como gimnasio. Para matemáticas debía resolver distintos problemas, desde logaritmos hasta ecuaciones. Para literatura e idioma español, tenía que aprenderse la vida y obra de 43 autores.

José vivía en el barrio La Comercial y, a la vuelta de su casa, estaba la Seccional 8va. Como no tenía ningún referente militar, decidió probar suerte con el comisario de turno de la Jefatura de Policía.

—¿Puede firmarme este formulario de referencia? Quiero empezar la carrera militar en la FAU.

—¿Usted quién es?

—Soy un vecino del barrio.

—¿Y sus padres qué le dicen? ¿Está seguro?

—Sí.

Con el formulario firmado y toda la documentación necesaria, en diciembre de 1969 aplicó a la FAU.

Enero de 1970.

Examen de educación física: aprobado.
Examen de matemática: reprobado.

Ya no podía pasar al siguiente examen de literatura e idioma español. Eran eliminatorios.


—La situación en Montevideo era cada vez peor. Las clases seguían suspendidas, comenzaron los atentados del Movimiento Tupamaro al Club Suizo y al Club de Bowling en Carrasco con bombas que dejaron varios muertos. Seguían las huelgas, las fábricas ocupadas, y el gobierno ya había declarado un estado de guerra interno con medidas prontas de seguridad —cuenta José.

Aguirre, coronel retirado del Ejército, brindaba clases de preparación para quienes querían ingresar a las escuelas militares. En marzo de 1970, José, que ya trabajaba en la Farmacia Hermida, logró financiar las clases particulares de matemáticas en la Academia Aguirre. Desde divisiones con decimales hasta ecuaciones de tercer grado, tenía que repasar todo lo estudiado en el liceo para salvar la prueba que eliminaba a más del 50% de los postulantes.

Tres veces por semana iba a la Biblioteca Nacional a buscar apuntes sobre todos aquellos autores que, según él, eran desconocidos y con nombres rarísimos. Siempre se llevaba uno o dos libros a su casa para hacer resúmenes y aprender las obras literarias más relevantes.

Día tras día ejercitaba en la plaza de deportes del barrio para mejorar los tiempos en las carreras de 100 y 200 metros, en salto largo y alto. Levantaba pesas para generar masa muscular en los brazos y mejorar el lanzamiento de bala. Nunca practicó para la prueba de natación porque no tenía acceso a una piscina.


El 2 de enero de 1971, José salvaría el primer examen que daría inicio a su carrera militar.

Examen de matemática: aprobado.
Examen de literatura e idioma español: aprobado.

Placa de tórax, análisis de sangre, chequeo odontológico y oftalmológico.

A los pocos días, la lista final de precedencia fue publicada. Solo había 60 becas disponibles.

Entró con el número 18.

"Aspirante José Vilardo, Curso Preparatorio."

Ese día le dieron la lista de todo lo que necesitaría presentar el 1º de febrero de 1971 para su ingreso oficial a la Escuela Militar Aeronáutica. 

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