Los sueños de Luna

Hacía mucho que venía soñando cosas importantísimas, pero no lograba descifrarlas con exactitud. Bueno, ningún sueño se entenderá nunca de manera perfecta.

Así fue como, la última mañana del 2013, se despertó con un sueño que le mostró, en imágenes, cómo proseguir su último ciclo de nueve años.

*

Tras un encuentro teatral con amigos, creatividad y disfrute, lo vio.
Él estaba ahí.
Luna lo buscaba, pero, como siempre, fue muy disimulada.

*

A pesar de ser una hermosa Luna, llena de luz, fuerza y brillo, siempre se ocultaba. Creía que nadie la miraba. Claro estaba que miles la observaban, pero como no se lo decían con frecuencia, o no los escuchaba cuando lo expresaban, no veía su propia belleza.

Cuando Luna estaba en un lugar, su resplandor y energía se hacían sentir. Todos lo notaban. La única que no veía ese poder era ella. Buscaba a su Estrella Madre, aquella que la guiara y le dijera cuán linda era, pero ella no lo hacía. No podía hacerlo de la manera en que Luna lo necesitaba.

De todas formas, Luna era La Luna.
Era fuerte.
Era inmensa.
Era hermosa.
Era fuego envuelto en una manta de luz blanca.
Ella podía.

Por haber habitado este planeta durante tantos años, por haber visto demasiado y vivido aún más, Luna sabía, tenía chispazos de memoria, aunque le costara reconocerlos. Sin embargo, tras mucho tiempo, esfuerzo y cambios, logró hacerlo.

*

Así fue como lo reconoció. Sabía que era él, pero aún tenía que aprender muchísimo antes de estar preparada para enfrentarlo.

Lo miraba. Lo miraba como siempre hacía cuando algo le gustaba. Pero no se atrevía a hacer nada. No confiaba en que pudiera. Tampoco se creía correspondida. Y lanzarse significaba arriesgarse al rechazo. No se permitía la más mínima posibilidad de sentirse humillada o desvalorizada.

Pasaron años difíciles hasta que empezó a escuchar las melodías cantadas para ella.
Sí, los demás le cantaban.

Poco a poco, comenzó a ver, por fin, su luz. Comprendió toda la hermosura que tenía guardada, y fue gracias a un chico. Un chico que ella había admirado desde pequeña.

Él le confesó que veía su potencial desde hacía años, pero que nunca se lo había dicho porque eso habría impedido su crecimiento. Si él se lo decía, ella se conformaría y no buscaría expandirse más. Llegaría a iluminarse, sí, pero no tanto como si aprendía a levantarse sola tras cada tropiezo.

Y así fue.

—Luna, Luna, sentite segura. Sos fuerte y tenés un gran potencial. Tu corazón puede con todo. Dale, animate, creé. Salí y brillá. Pero mirá tu luz vos misma primero. Te merecés verte. Iluminate. ¡Dale! —le dijo aquel amigo.

Y entonces, salió.

Campante.
Segura.
Dispuesta a romper con el mundo que se había construido, con la mochila pesada que le impedía volar. Caminaba con seguridad. Sabía que tenía luz y que los demás la miraban. Esta vez, ella entendía su fuerza.

Deseaba que esto le durara para siempre. Que nunca más la tocaran la inhibición, la inseguridad, la exigencia, la desconfianza o la impaciencia. Sabía que la vida era para disfrutarla, pero también que requería una paciencia infinita.

Y confiaba.

Confiaba ciegamente en que todo tenía un orden. En que todo sucedía por algo.

Caminando por la calle, deslumbrante y radiante, se encontró con otro compañero de camino. Hablaron por horas. Luna relucía, a pesar de que afuera llovía.

El mundo exterior no la afectaba.

"¡Qué logro, Luna!", pensó.

La lluvia parecía querer expresar que el mundo se iba a caer. Hacía frío y el cielo estaba gris, opaco, lleno de nubes blancas sin luz. La gente caminaba sin mirar, apresurada, como si las gotas fueran un fantasma que los perseguía.

A Luna, sin embargo, no le preocupaba.
Sentía cada gota de lluvia con una sensibilidad única.
Disfrutaba de la música que surgía de una buena conversación.

A todo esto, vio una luz en el cielo.

Confiaba.
Estaba feliz.

Se subió a un ómnibus junto a su compañero.

Si hubiera que titular ese ómnibus, sería "El Bondi de la Vida."

Había mucha gente ahí dentro. Mucho barullo, desorden, confusión. Luna no se dejó arrastrar por esa nebulosa como antes. Esta vez, disfrutó del escenario con las raíces bien firmes en la Tierra. Centrada.

Sabía que solo con pequeños vuelos llegaría muy alto.

Ni siquiera se dejó invadir por la inundación que se desató tras la intensa lluvia.

El ómnibus se llenó de agua.

Algunos se desesperaron. Otros, no tanto.

Ella se dejó llevar.

Fluyó con el agua.

Sabía que toda catástrofe era enviada por Dios para enseñar algo.

Aprendió a flotar.

A deslizarse.

Nunca le habían mostrado cómo hacerlo, pero supo que era lo correcto.

Se animó a nadar, aunque los demás no lo hicieran.

Intuía que eso la conduciría a un estado superior.

*

Llegó.

No sabía a dónde, pero llegó.

Estaba en una casa hermosa, grande, con una atmósfera suave, cálida, clara y calma.

Había varias personas allí.

Era su familia.

Hermosa. Iluminada.

Pero cada uno estaba inmerso en su propio aprendizaje. Ya habían crecido juntos, ahora era momento de transmitirse energía sin una sola palabra y caminar su propio camino.

Eso sí, si alguno se perdía, siempre habría alguien que lo guiara de vuelta a su sendero.

Luna flotaba.

Andaba sin pensar.

Sentía.

Se dejaba llevar.

Gozaba.

Sí. ¡Gozaba!

Y eso fue lo que más aprendió en aquel lugar donde ya no habitaban el enojo, los reproches ni los rezongos.

El poderoso fuego interior se había convertido en Amor.

No se boicoteaba más con la ira.

Ahora flotaba, al compás de las risas.

Era una maravilla.

Sí que habían aprendido juntos.

*

Pero aún faltaban cosas por desplegarse.

Luna estaba feliz, pero quedaban más colores por brillar.

Esto no había terminado.

De repente, se vio envuelta en una experiencia familiar.

Adrenalina.

Subidas y bajadas.

Conocía que el miedo era más fuerte que la caída real.

Entonces, se animó.

No cerró los ojos.

Sí, gritó, pero estaba acompañada.

Estaba protegida.

Y esta vez lo veía.

Esta vez confiaba.

Llegó al final de la montaña rusa con una sonrisa.

Había atravesado todo con miedo, sí. Pero también con emoción.

Y, finalmente, llegó el momento que tanto anhelaba pero que creyó que nunca llegaría.

Aterrizó.

A los pies de él.

Su corazón galopaba.

—¿Me prometés que, de acá en adelante, vamos a pasar la mejor noche juntos? —susurró ella.

—Te lo prometo.

Se abrazaron.

No había más nada que decir.

Era hora de sentir.

—Cuento Luna para su prima. Indonesia. 31 de diciembre del 2013.

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