La Muerte
Diciembre 4, 2019
Miedo a que las cosas se cierren.
Miedo al “¿qué pasa después de la transformación?”
A veces andamos por la vida sin los pies en la tierra, flotando, pero no por andar livianos, sino por estar desconectados. Sin raíces. Sin conexión.
Cuando nos desconectamos, nos desbalanceamos. Perdemos el norte.
Aparece la ansiedad, la agitación, el control, la necesidad de inmediatez, el consumismo, la eterna to-do list.
La muerte nos enseña algo a todos.
El miedo a la muerte, también.
La muerte no es solo el cuerpo físico dejando la Tierra.
La muerte es también el cierre de un ciclo sin saber qué vendrá después.
Enfrentar el miedo a la muerte es sanar.
Es recuperar.
Es cerrar.
La incertidumbre después de la muerte siempre está.
¿Qué pasará cuando termine este proyecto?
¿Qué pasará cuando deje este trabajo tóxico?
¿Y si no consigo otro?
¿Y si no encuentro mi pasión?
¿Qué pasará cuando me anime a encontrarme?
¿Qué pasará cuando mis padres ya no estén?
¿Qué pasará si le pasa algo a mi pareja?
¿Qué pasará si dejo de controlar?
¿Qué pasará si dejo de pensar en lo banal: el dinero, el consumismo, lo material?
¿Qué pasará?
El miedo no nos deja conectarnos.
El miedo nos hace caminar como robots, tachando cosas de la to-do list pero sin un rumbo de Luz.
El miedo a la muerte nos quita el alma y nos perdemos.
La muerte trae dolor.
Mucho dolor.
Pero luego de la muerte entra luz.
Cae la lluvia.
Sale el sol.
Y empiezan a germinar flores y hierbas nuevas.
La muerte no es solo esa llamada que te dice que un ser querido ha fallecido.
La muerte es no tener coraje.
Es no enfrentar los miedos que te carcomen.
Es acostumbrarte a una rutina que te sale bien pero que no te mueve el alma ni te sacude el pelo.
Perder no es solo perder a alguien.
Es perderte a vos mismo en el día a día.
Es no animarte a cruzar la frontera y vencer la muerte.
Vencerla enfrentando los miedos.
Con amor.
Con coraje.
Con dolor, con cierres, con lágrimas.
Pero con la paz de saber que todo pasa por algo.
Y que siempre habrá alguien a tu lado para seguir adelante.
Siempre hay alguien.
Y que la vida está para vivirla por completo.
Con amor.
No a medias.
No con rutinas, comodidad, qué dirán y to-do lists.
La muerte de un trabajo tóxico es dolorosa.
Es salir del confort.
Es enfrentarse a nuestros miedos y a la pregunta: ¿qué quiero hacer?
Pero alivia.
Reconforta.
Suelta.
Sana. Sana mucho.
Seguir agarrándole la mano a un empleo que solo te da estabilidad económica, pero que te roba la libertad de expresión, de creatividad, de entrega…
No vale la pena.
No vale la pena que la rutina saque lo peor de vos.
Que tu agresividad aumente.
Que tu incomodidad crezca.
Que tu mochila se vuelva una carga insostenible.
Cuando un camino te dé mucho miedo, andá por ahí.
Cuando estés tan desarraigado de la Tierra que olvides tus raíces, y tus flores y hojas ya no germinen…
Pará.
Encontrá lo que te duele.
Lo que incomoda.
Lo que te da pánico.
Y andá por ahí.
Cuando la muerte se acerque, siempre tendrás a alguien que te sostenga.
Y, sin más, te tendrás a vos mismo.
Cuando el dolor te invada, enraizate y vivilo.
Dejalo pasar.
Lloralo, gritálo, sacudilo.
Pero vivilo.
Luego, dale paso a la calma.
A la paz.
A la Luz.
Cuando estés en modo avión y te encuentres simplemente andando, sin registrarte…
Enraizate y encontrate.
Meditá.
Tomate un mate.
Comé algo rico.
Respirá aire puro.
Abrazá.
Date mimos.
Hacé mimos.
Compartí con tu animal favorito.
Caminá de la mano.
Besa.
Sonreí.
Que mirar la vida con ojos de Luz es lo más grande que tenemos.
Siempre podemos elegir:
El miedo a la muerte.
O la Luz de la paz.
Hoy elijo la paz.
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