Escucho cuentos de amor
Era invierno, ya hacía frío en Carolina del Norte. No había muchas actividades para realizar al aire libre sin que el aire seco y helado penetrase la piel hasta tocar los huesos. Por eso, decidí ir en búsqueda de un nuevo sueño.
Era el día número diez que me sentaba en la misma mesa de aquel café. Veía gente entrar y salir, pedir un café e irse, comprar una galletita y sentarse a leer un libro por horas; otros se inspiraban al mirar su taza y dibujaban o escribían. Observaba muchas cosas dentro de esas cuatro paredes. Lo que no veía nadie más era el cartel que había puesto en mi mesa. No me inquietaba; sabía que alguien lo vería algún día y se animaría a acercarse.
Pasaron dos meses y solo había conseguido escuchar catorce historias de amor. De las miles de personas que entraron en ese lugar, solo catorce se atrevieron a venir a mí y relatarme su experiencia. Mientras los escuchaba, tomaba nota y escribía los puntos más relevantes para luego pasarlos en limpio. Quería armar un libro con, al menos, cincuenta historias apasionantes de todas partes del mundo. Me intrigaba escuchar cómo había surgido el amor, qué había sucedido para que terminara o continuara, me interesaba mucho sentir la emoción en cada relato. Era fascinante ver cómo esas catorce personas se sensibilizaban al hablar: lloraban, reían, se tocaban el pecho, se agarraban la cabeza… Siempre terminaban con una sonrisa o una lágrima, abrazándome y agradeciéndome por haberlos escuchado.
Ya no hacía tanto frío y se veían los pimpollos de las flores a punto de nacer. El sol iluminaba la ciudad y la gente compraba su comida para sentarse en las mesas exteriores y disfrutar del aire fresco de la primavera que se asomaba. Recién había llegado al café y sabía, por intuición, que ese día escucharía una hermosa historia. Y así fue.
Apenas entró, la vi. Era una chica alta, de pelo castaño. Vestía un jean oscuro y un buzo largo a lunares de colores, con botas rojas. Solo podía ver su perfil y eso bastó para notar la belleza de su rostro. Estuvo unos segundos mirando la cartelera con la lista de bebidas y alimentos, y finalmente pidió un té.
La observé desde que entró, me llamó la atención el hecho de que solo llevaba consigo un cuaderno, bastante usado, y una lapicera. ¿Será escritora?, me pregunté. Era muy joven. Quizás una principiante. Al recibir su pedido, le agradeció al muchacho detrás del mostrador con una sonrisa radiante. Emanaba luz.
Ella. ¡Ella! Quería que me contara su historia. Pero así como llegó, buscó lugar detenidamente, tal como había hecho al elegir su pedido, y se sentó. Estuvo intentando escribir por unos veinte minutos, parecía que había logrado garabatear algo. Yo no dejaba de contemplarla. Quería llamarla con mi mirada. Y lo logré.
En un momento, supongo que para descansar la vista de tanto escribir e inspirarse, levantó la mirada y vio mi cartel:
“Tengo un sueño: escuchar historias de amor. Contame la tuya.”
Lo contempló por un instante y luego notó que la estaba mirando. Le sonreí y me devolvió el gesto. Creí que se acercaría en ese instante, pero no lo hizo. Siguió escribiendo, aunque de manera más inquieta. Se veía que tachaba más, miraba reiteradamente a su alrededor, ya no lograba concentrarse.
Al rato se levantó y se dispuso a retirarse del lugar, frustrada porque no había podido continuar con su manuscrito. Antes de salir, volvió a observar mi cartel, miró hacia todos lados, le volví a sonreír… y se acercó tímidamente. Sus ojos me deslumbraron, brillaban como nunca.
—¿Puedo? —preguntó con voz suave.
—Sí, claro. Para eso está —le respondí.
Era muy joven, 23 años. Tenía muchas preguntas antes de lanzarse al abismo de contarle su historia de amor a un desconocido. Me cuestionó por qué hacía lo que hacía, cuántas historias había escuchado, cómo se me había ocurrido tal idea, incluso me preguntó sobre la confidencialidad de su relato. Después de responder a todas sus incertidumbres, comenzó a narrar su aventura amorosa.
—Bueno, no sé bien por dónde empezar, pero te cuento cómo se dieron los hechos…
Me relató su historia con Lucas, su primer amor. Cómo lo dejó al mudarse a otro país, el sufrimiento en silencio, el duelo que atravesó sola. Pero no estaba ahí para hablarme de Lucas.
—Ahora que pasaron más de seis años, poco me acuerdo de lo vivido con él, más que alguna que otra anécdota. Del que sí me acuerdo es de Mateo, y es de él de quien te quiero hablar.
Me contó sobre aquel día de rafting, cuando vio a Mateo por primera vez. Cómo le llamó la atención pero asumió que estaba interesado en su amiga Rosa. Su desilusión al verlo reír con ella. Su alegría al volver a encontrarlo días después en una fiesta. Cómo se tomó una foto con él y, en ese instante, Mateo la abrazó de la cintura. Cómo, desde ese abrazo, todo cambió.
Hablamos durante horas.
Su historia tenía magia.
Me contó sobre la noche en que Mateo la sorprendió viajando tres horas solo para verla. Sobre la madrugada en la que él tocó el piano para ella en el lobby de su edificio. Sobre las llamadas inesperadas, los mensajes en los momentos justos, las despedidas y los reencuentros.
—Hace dos años que no nos vemos, pero seguimos en contacto. Es increíble… Cuando estoy triste, mágicamente recibo un mensaje suyo. ¿Podés creerlo? A veces pasamos semanas sin hablar y, de repente, ahí está, con las palabras adecuadas. Siempre me reanima. Tiene un poder para sacarme una sonrisa y hacerme revivir.
—Quién más, ¿no? —respondí con obviedad.
Jazmín sonrió y asintió con la cabeza.
—¿Cómo seguirá esta historia? ¿Alguna idea? —pregunté.
—La verdad es que no lo sé. Espero verlo pronto. Pero sé que así será. No lo pongo en duda. Y siempre será un amor que, al recordarlo, renacerá. Seremos compañeros de camino hasta el final, eso te lo puedo afirmar.
—Qué belleza. Ojalá se reencuentren en alguna parte del mundo. Nunca pierdan la magia que los une. La conexión que hay entre ustedes dos es una total inspiración para cualquiera que no cree o ha perdido la esperanza en el amor.
—Lo es —susurró, con una sonrisa.
Nos despedimos con un fuerte abrazo. Me pasó su correo electrónico para que le enviara la historia una vez que la hubiera redactado y, antes de marcharse, me dijo:
—Te enviaré por email la foto que quiero que pongas de portada para esta historia de amor.
Recibí la foto días después. En la imagen estaban Jazmín y Mateo, junto a Rosa y Rafael, en la fiesta donde todo había comenzado. Mateo, estratégicamente, la abrazaba de la cintura.
Lo que pasó después de esa foto… ya lo sabemos.
—Historia #15 del mundo; #2 de Latinoamérica.
Comentarios
Publicar un comentario