Día Nacional de la Fuerza Aérea Uruguaya
Me paré sobre el piso de parqué para mirar a través de cuatro vidrios al axolote albino que tenía mi compañera de clase en su dormitorio. Yo tenía aproximadamente 11 años.
El axolote estaba apoyado sobre una roca y me miraba fijamente con sus ojos negro azabache y sus branquias color rubí, que parecían bailotear con el movimiento acuático.
—¿De qué trabajan tus padres?
—Mi mamá es enfermera y mi papá, piloto.
Los aviones sobrevolaban el cielo dejando atrás largos trazos de humo. Moviéndose al unísono y manteniendo una distancia precisa, se entrelazaban y, cuando creía que iban a chocar, un gran aplauso se oía a mis costados, denotando la gran maniobra aérea que nos regalaban los pilotos.
17 de marzo.
Todos los 17 de marzo acompañaba a mis padres al Día Nacional de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU).
Cuando mi papá se retiró, dejé de acudir a la celebración. Desde entonces, en esa fecha, miro el cielo, cierro los ojos y recuerdo el sonido de las aeronaves que desfilaban por los aires uruguayos.
—Antonella, tenés que vestirte bien, estarán todos los compañeros de tu padre —me repetía mi madre cada principio de marzo.
Rápidamente caminaba hacia mi cuarto, abría el armario y miraba prenda por prenda hasta elegir mi mejor atuendo; generalmente, un vestido floreado.
Era de mañana. Salí del baño, me sequé el pelo, me puse mi vestido y me senté en el sillón del comedor a esperar a que los adultos estuvieran listos.
Mientras caminaba por casa, mi madre se detenía a mirarme y siempre me hacía alguna sugerencia:
—Cámbiate los zapatos.
—¿Por qué no te ponés un pañuelito?
—Arréglate el pelo.
Me paraba del sillón y volvía a mi cuarto para realizar los últimos retoques.
—Me fui —dijo papá con tono entusiasta.
Llevaba puesto un uniforme azul oscuro con botones dorados que tenían el Escudo Nacional impreso en el centro y ramos de olivo y laurel a sus costados; insignias con alas doradas que se cruzaban con una hélice plateada en la solapa; varios prendedores sobre el lado derecho que indicaban su trayectoria y rango; y distintas franjas doradas en los puños de las mangas.
Con su mano izquierda sostenía su gorra azul que, en el centro, tenía un broche con dos alas doradas a ambos lados del Escudo Nacional.
Me paré del sillón y salí de casa junto a mamá.
Sentado al volante, papá encendió el auto mientras me pasaba la casaquilla de su uniforme para que la colgara en la puerta de atrás; a su derecha, mamá se miraba en el espejo delantero y terminaba de maquillarse.
La música de la radio sonaba de fondo mientras mis padres conversaban sobre quiénes asistirían al evento. Se actualizaban sobre las problemáticas de los compañeros a los que verían, y mamá sudaba, quejándose de que había salido muy apresurada de casa.
Siempre iba sentada en el medio del asiento trasero, escuchando cada conversación con detenimiento; al fin y al cabo, tenía que estar preparada para el acontecimiento.
El auto descendió la velocidad y se acercó a una valla. Papá bajó el vidrio y lo recibió un soldado, llevando su mano derecha a la sien en señal de saludo.
Papá respondió, solicitando que le abrieran paso. Se levantó la valla y entramos al estacionamiento de Boiso Lanza, la base aérea uruguaya.
Nos bajamos del auto y comencé a sentir que el estómago se me cerraba y que las manos me sudaban, pero seguí caminando a la par de mis padres, como si fuese habitué de aquel lugar.
Empezamos a encontrarnos con otros invitados, a quienes debía saludar a pedido de mamá. Generalmente, no sabía quién era quién.
Seguimos caminando, atravesamos un edificio y llegamos a destino.
Fue entonces cuando recordé por qué estaba ahí: un campo verde que se entrelazaba con varias pistas de aterrizaje de cemento y un par de aviones estacionados al costado; al fondo, unas gradas de metal.
Con una sonrisa en la cara y un tono de voz acogedor, mamá conversaba con las distintas personas que se iba encontrando.
Siempre elegante y delicada, llevaba su cartera en la mano y caminaba hacia las gradas; la ceremonia estaba por comenzar.
Papá, sin sonreír demasiado, pero con la bondad que emanaba de su mirada, se cruzaba con varios compañeros y los saludaba dándoles la mano. Entablaba conversaciones cortas sobre algún suceso de la semana o algún comentario sobre la ceremonia.
En ese lugar, no tuteaba a nadie, siempre hablaba en tercera persona singular.
Mientras tanto, yo me alejaba y me daba cuenta de mi pequeñez. Desde mi universo, observaba cada interacción, cada gesto, cada tono.
Con un movimiento corporal implacable, brazos y piernas moviéndose al unísono y cuerpos al compás de la banda militar, entraban marchando los militares de la FAU al estrado.
Con paso firme, se agrupaban y se detenían junto a las autoridades del país.
Todos nos poníamos de pie y comenzaba a sonar el himno nacional.
Trompetas, redoblantes y platillos. Se me erizaban los pelos y sentía un escalofrío recorrerme el cuerpo.
Desde pequeña, me emociono cuando escucho nuestro himno.
La ceremonia transcurría entre discursos y silencios solemnes.
El aire que se respiraba era de respeto, de sublimidad y de nerviosismo.
Al fin y al cabo, estaba acompañando a mis papás.
Antes de finalizar y pasar al brindis—donde probaría cada bocadito que el mozo me acercase—, venía lo que, con los años, definiría como mi parte favorita.
Todos girábamos para mirar hacia la pista que se encontraba a nuestras espaldas.
Se encendían los motores y, una vez más, se me erizaba la piel.
El ruido de los aviones se sentía con fuerza y se me hacía un nudo en la garganta de la emoción.
—Papá, ¿vos volaste uno de esos?
—Aquel —me dijo, señalando el avión monomotor que estaba a punto de despegar.
Era un espectáculo.
Un gran espectáculo aéreo.
Las aeronaves se movían en círculo, en espiral, en línea recta y en picada, como aves sincronizadas que pintaban el cielo de colores.
"¿Cómo hacen para no chocarse? ¿No se marean? ¿Cómo coordinan el tiempo? ¿No tienen miedo?"
Tenía mil preguntas, pero debía guardar respeto y preguntárselas a papá más tarde.
—¿Vos hacías eso de joven?
—Sí, hasta que dejé de volar.
Terminó el acto.
Otro aniversario más que se fue.
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