Amor eterno
Querida hija:
Te enamorarás de un hombre y lo querrás hasta la muerte, pero tendrás muchos amores desperdigados por el mundo que jamás olvidarás y que te llenarán el alma cada vez que los recuerdes.
Esta es la historia de uno de ellos.
Pequeña, inocente, temerosa… así te conoció. No sabías lo que era amar. Amar de verdad. Nunca habías sentido nada similar y jamás te habías detenido a observarlo en tu entorno. De todas formas, muy lentamente, te atreviste a intentarlo… y amaste. Como una adolescente con su primer amor. Feliz.
Todo era perfecto. Eran cómplices, confidentes, se sentían cómodos, se apoyaban, se ayudaban, crecían juntos. Se acompañaron en varias dificultades, vencieron batallas en el camino. A pesar de lo que decían los de afuera, se mantuvieron uno al lado del otro en toda circunstancia y lo disfrutaban.
Era hermoso verlos juntos: jóvenes, enamorados, radiantes, enérgicos, iluminados… aunque con muchísimo miedo.
Pero un día, todo cambió. Tenías que irte muy lejos de esa ciudad y, además, por mucho tiempo. ¿Qué harían? Solo había dos opciones: seguir o dejar. Ambas tenían sus pros y sus contras.
Seguir: Eran muy jóvenes para luchar por un amor a distancia durante tanto tiempo, ¿estarían dispuestos? Pero se amaban. Tú querías seguir, aunque nunca se lo planteaste. ¿Qué habría sucedido si se lo hubieras dicho? ¿Habría cambiado el curso de sus vidas?
La otra opción era dejar: más fácil y práctica. Con mucho miedo de por medio, pero con la esperanza de que, al pasar los años, volverían a juntarse, optaron por esta opción.
Sufriste mucho en silencio. Él también. Se pusieron un escudo que no les permitió volver a unirse jamás. No querías enfrentarte a tal dolor de nuevo, así que te transformaste en una joven defensiva, insegura. Dejaste de luchar por amor, desconfiaste de lo que sentías y abandonaste todo por miedo.
Te carcomieron los fantasmas de la indecisión, del no arriesgarse, de la falta de coraje, del sufrimiento. Por esto, te encargaste de buscar a todos los hombres del mundo que pudieran lastimarte, que no fueran a luchar por ti. Te conformaste con lo primero que encontraste en vez de elegir a aquel que te llenara el alma de amor, que te conquistara, que moviera tus parámetros y te hiciera vivir algo diferente. Elegiste sufrir por dependencia, apego, impaciencia, intolerancia… en vez de esperar y elegir el amor verdadero.
Esto no es un reproche.
En este camino aprendiste demasiado.
Entendiste el valor de la intuición, de la percepción. Aprendiste la importancia del amor propio, de la autovaloración, de la comunicación asertiva, de expresarte, de seguir tus propios deseos, de respetarte primero antes que nada. Aprendiste a dejar de lado la opinión de los demás, a ignorar los juicios ajenos. Aprendiste a mantener la ansiedad fuera de toda relación.
Comprendiste lo que es sentir el amor en tu cuerpo. Lograste mantenerte firme en lo que eres y en lo que crees. Entendiste que no todos te querrán, pero que es importante confiar en los demás y siempre dar lo que esté a tu alcance.
Hiciste lo imposible por dejar fluir las situaciones y por tomar buenas decisiones basadas en la confianza en ti misma. Aceptaste a los demás sin intentar cambiarlos. Por primera vez, los toleraste tal como eran.
Creciste como nadie. Y eso no tiene precio.
Gracias a todos estos aprendizajes, te acercaste al amor desde otro lugar. Desde la inocencia, llena de paz interior.
Asimismo, tomaste el amor como una forma de compartir; y no solo con tu pareja, sino también con tu familia y amigos.
Agradezco a la vida por todas las piedras que puso en tu camino y por haberte dado la fuerza para superar cada obstáculo.
Ahora es momento de elegir, hija. Evaluá, ponete metas, observá, sentí, optá.
Volvé a recuperar tu infinita sensibilidad, tu confianza en lo que sentís, tu fuego interior.
Te amaré por siempre,
Mamá.
Carta de una madre a su hija
Rafaela, Argentina, 1975.
Comentarios
Publicar un comentario