Aceptarnos y así el otro nos aceptará… Querernos y así el otro nos querrá…
¿Cómo pretender que otro me quiera si no me quiero a mí misma primero? Tantas veces leí esta frase, pero nunca la entendí de verdad.
Es complicado saber qué significa amarse a uno mismo. Entendí que es esencial reconocer nuestros sentimientos, entender qué nos pasa, qué sentimos, y aceptarlos como propios. No son ni verdaderos ni falsos, porque los sentimientos no traen ni una verdad ni una mentira; simplemente pertenecen a quien los lleva consigo. Son totalmente subjetivos y nadie puede juzgarlos. Entonces, cuando dejamos de juzgarlos (nosotros mismos), ahí es cuando empezamos a aceptarlos y, por lo tanto, a aceptarnos.
Y aquí viene el círculo mágico de la vida: cuando logro aceptarme a mí misma, permito que el otro me acepte, porque sé defenderme, porque no me avergüenzo de mí, porque me comprendo, me valoro y porque no tengo miedo de manifestarme tal y como soy.
No puedo esperar algo del otro que ni siquiera logro brindarme.
Todo empieza por uno. Si no logro darme amor, cuidarme y protegerme, nadie más podrá hacerlo por mí. Por ejemplo, si no puedo quererme y reconocer lo que me pasa o lo que siento, entonces el otro tampoco podrá hacerlo conmigo. En consecuencia, pasaré la vida dando y dando sin poder recibir nada de nadie. No porque el otro no quiera darme, sino porque yo misma no me permito recibir.
No puedo reclamarle al otro algo que ni siquiera puedo darme yo.
También pensemos: cuando damos y damos, pero no recibimos nada, hay un vacío dentro de nosotros que no se está llenando. Y es por eso que intentamos colmarlo con muchas cosas: desde elementos materiales, pensamientos (es ahí cuando surgen los pensamientos obsesivos), autoexigencias, problemas con la comida, las drogas, las relaciones de pareja, etc. Pero estas no son las cosas con las que debemos llenar nuestro vacío. En cambio, debemos tomarnos esos “20 minutos” al día para buscar dentro de nosotros mismos, ver qué nos falta, entender con qué llenarlo y, como consecuencia, aprender a dar, pero también a recibir.
En resumen, no podemos pedirle al otro que nos cuide, ame, defienda o comprenda si primero no lo hacemos con nosotros mismos.
Tampoco podemos esperar recibir si no estamos abiertos a ello. Si no buscamos dentro de nuestro ser qué es lo que realmente necesitamos, nunca, pero nunca, lo encontraremos fuera de nosotros.
Esto solo se logra conectándonos con nuestro más profundo ser y encontrando ahí las respuestas.
- Apuntes de la oratoria de un diácono. Catedral de Lima, 1987.
Comentarios
Publicar un comentario